Siempre he querido dedicarme a la escritura, pero hasta 2010 no pude hacerlo de forma plena. Ese año me matriculé en el Máster de Escritura Creativa de la Universidad de Sevilla. Mis problemas de visión se habían agudizado y tuve que abandonar el trabajo que desarrollaba en Polígono Sur, barrio de Sevilla conocido por ser uno de los más pobres de España. Se cerraba una etapa y se abría otra. En 2013 mi primera novela, El corazón de Livingstone, (Libros de la Herida, 2014), obtuvo el Premio Ciudad Alcalá de Henares de Narrativa. Cuatro años después vio la luz Curva, (Sloper, 2018), novela finalista del Premio Nadal en 2017.
Tanto estas novelas como la más reciente, Criaturas del instante, (Libros de la Herida, 2023), están protagonizadas por seres que se sienten fuera de lugar, extraños en el mundo que habitan, ya sea este un sanatorio en las afueras de Moscú en 1948 o una urbanización que prometía el paraíso en los tiempos de la burbuja inmobiliaria. Me obsesiona también la identidad, quizás por eso en todas estas obras hay hermanos gemelos, impostores o espías. En la novela gráfica Pura Hamilton. Objetivo: matar al traidor, (Hamilton y asociadas, 2020), de la que soy guionista, llevé al máximo esta obsesión. Si la lees, descubrirás que en ella ningún personaje es lo que parece.
Al escribir me gusta destilar la realidad, un momento histórico, para extraer y revelar lo que en esa realidad, en esa época concreta permanecía oculto. Y en todo ese proceso de destilación, que en la literatura se hace a través de la mirada, intento encontrar, por muy sórdido que sea el escenario, la belleza que encierra. Tal vez por esto, Valentina, la niña protagonista del álbum ilustrado Un buen día (A buen paso, 2022), cuyo guion escribí con Angelina Delgado, inicia su aventura en un vertedero de basuras con una frase que suscribo: Siempre hay algo que brilla.